Jornalero de San Quintín exhibe balas de goma utilizados por la policía (Foto: Roberto Armocida, La Jornada) |
John M. Ackerman
Como el piloto del vuelo 9525 de Germanwings que estrelló intencionalmente su avión en los Alpes franceses con 150 pasajeros a bordo, Enrique Peña Nieto ha soltado la palanca de mando y se prepara para saltar de la aeronave justo antes de que el régimen estalle en llamas. Todo parece indicar que nos encontramos inmersos en un camino sin retorno de fragmentación y autodestrucción del régimen de simulación democrática. Lo que sigue será un proceso de brutal consolidación autoritaria o el surgimiento de una amplia alianza popular para el rescate de la patria.
Solamente un gobierno totalmente inepto sin ninguna estrategia de combate al crimen organizado permitiría que un pequeño destacamento de narcotraficantes de tercera tirara del cielo de Jalisco un helicóptero militar fuertemente armado y comandado por el grupo de élite más poderoso de la Secretaría de la Defensa Nacional. Sólo un gobierno bajo el control de los funcionarios más sádicos y corruptos permitiría la repetición una y otra vez de masacres criminales como las de Tlatlaya, Ayotzinapa y ahora Apatzingán. Y solamente un gobierno sin ninguna vergüenza o responsabilidad hacia la población utilizaría su poder para acumular casas de lujo, con los casos más recientes involucrando a Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Enrique Miranda, así como para forrar los bolsillos de sus amigos contratistas, ahora se suma el caso OHL al del Grupo Higa.
Cada día más comunicadores son asesinados, secuestrados y silenciados. La semana pasada en Veracruz el periodista Armando Saldaña Morales fue ejecutado con cuatro balazos en la cabeza y Bernardo Javier Cano fue privado de su libertad en Iguala, Guerrero. Mientras, cada mañana se vuelve más pesado e insoportable el silencio generado por la ausencia de Carmen Aristegui.
La brutal represión este sábado a los jornaleros en pie de lucha en San Quintín, Baja California, constituye una elocuente estampa de la total descomposición del sistema político en manos de un grupo de personas sin ética alguna. Los trabajadores agrícolas no demandan más que un salario digno, prestaciones básicas y algunos días de descanso. La respuesta, evidentemente coordinada entre los gobiernos estatales y federal, fue entrar por la fuerza al campamento de trabajadores triquis para violentar y atemorizar a la población. El gobierno despótico demostró que ha perdido cualquier capacidad de autorregulación o de consideración para los derechos humanos...
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