López Obrador recibe su constancia de mayoría del Tribunal Electoral |
John M. Ackerman
Quienes antes se preocupaban por las constantes críticas y descalificaciones de la sociedad civil a las instituciones gubernamentales, hoy, de repente, se angustian por las hipotéticas expectativas “demasiado altas” en torno al gobierno de López Obrador, que se iniciará el próximo 1 de diciembre.
Las mismas voces que antes regocijaban por el éxito de nuestra fantasiosa “transición democrática” a partir de la alternancia entre el PRI y el PAN, hoy se preocupan por un supuesto retorno al autoritarismo a partir de la celebración de la elección presidencial más democrática en décadas.
Las mismas plumas que antes defendían a los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo e inflaban las expectativas en las “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto, ahora atacan ferozmente a López Obrador por su supuesto priismo.
Estas aparentes contradicciones en realidad no lo son. Cada una de estas posiciones buscan un mismo objetivo: la desmovilización social y la pasividad ciudadana.
El mito de la transición democrática tenía el propósito de convencer a los mexicanos de que habíamos llegado al “fin de la historia” y que ya no valía la pena “luchar” por una transformación política de fondo, sino que habría que confiar en que la nueva “institucionalidad democrática” fuera resolviendo por sí sola los grandes problemas nacionales...
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