Ante la inminencia de los relevos que tendrán lugar en los próximos meses en algunos de los más importantes órganos del Estado mexicano, vale la pena meditar sobre los factores que explican el buen o mal desempeño de este tipo de instituciones. En particular, no es suficiente con exigir que los nuevos ombudsmen, ministros, auditores, consejeros y comisionados tengan un perfil “ciudadano” a secas y que los procesos de selección se desarrollen de forma “transparente”. El verdadero reto no es encontrar candidatos puros o angelicales, sino designar a personas valientes que no se dejen intimidar por los poderes fácticos.
Ciertos enfoques en boga demandan el nombramiento de personas “neutrales” cuya imparcialidad hipotéticamente vendría de contar con un perfil más técnico que “político”. Desde este punto de vista, el mejor titular de un organismo autónomo sería alguien que pudiera resistir las presiones externas a partir de ubicarse en una posición “equidistante” entre los diferentes intereses en juego. Las cualidades más importantes del titular serían entonces la moderación y la “responsabilidad” en su actuación.
Sin embargo, para los relevos que se acercan en instituciones tan relevantes como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Auditoría Superior de la Federación, el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública o la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el arrojo y la valentía son cualidades aún más importantes que la neutralidad o la moderación. No es suficiente que estas instituciones se limiten a resguardar el orden público o defender la legalidad. Estos órganos deben atreverse a impulsar la transformación democrática del Estado mexicano. Ante la falta de compromiso democrático por parte del poder ejecutivo y la escasez de voluntad política por parte del Congreso de la Unión en una amplia diversidad de temas, hoy la responsabilidad para lograr un cambio estructural en materia de rendición de cuentas queda en una gran parte en manos de los organismos autónomos y el poder judicial.
Ciertos enfoques en boga demandan el nombramiento de personas “neutrales” cuya imparcialidad hipotéticamente vendría de contar con un perfil más técnico que “político”. Desde este punto de vista, el mejor titular de un organismo autónomo sería alguien que pudiera resistir las presiones externas a partir de ubicarse en una posición “equidistante” entre los diferentes intereses en juego. Las cualidades más importantes del titular serían entonces la moderación y la “responsabilidad” en su actuación.
Sin embargo, para los relevos que se acercan en instituciones tan relevantes como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Auditoría Superior de la Federación, el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública o la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el arrojo y la valentía son cualidades aún más importantes que la neutralidad o la moderación. No es suficiente que estas instituciones se limiten a resguardar el orden público o defender la legalidad. Estos órganos deben atreverse a impulsar la transformación democrática del Estado mexicano. Ante la falta de compromiso democrático por parte del poder ejecutivo y la escasez de voluntad política por parte del Congreso de la Unión en una amplia diversidad de temas, hoy la responsabilidad para lograr un cambio estructural en materia de rendición de cuentas queda en una gran parte en manos de los organismos autónomos y el poder judicial.
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