Miguel Ángel Mancera llegó a ocupar la jefatura de Gobierno del Distrito Federal en 2012 gracias al enorme repudio ciudadano en contra del desastroso sexenio de Felipe Calderón que había sumido al país en un baño de sangre. Mancera también se benefició de la baja calidad de las candidatas presentadas por el PRI y el PAN, Beatriz Paredes e Isabel Miranda de Wallace. El actual jefe de Gobierno recibió más de 63 por ciento de la votación ciudadana, marcando un hito histórico en comparación con las elecciones anteriores.
Pero en lugar de reconocer con humildad su papel en la historia y respetar al mandato popular expresado en las urnas en favor de una ciudad de México progresista y de avanzada, Mancera se ha dedicado a traicionar a los ciudadanos de la capital con sus políticas represivas, privatizadoras y antipopulares. La reciente aprobación de un constituyente profundamente amañado y autoritario para la ciudad solamente echa sal en la profunda herida abierta por tres años de atropellos a la esperanza ciudadana.
Desde el principio de su mandato, el jefe de Gobierno de una de las ciudades más avanzadas del mundo con respecto a su cultura política informada y crítica, tendría que haber encabezado la lucha ciudadana en contra de la privatización petrolera y las otras contrarreformas del Pacto por México impulsadas por los dinosaurios neoliberales que hoy ocupan Los Pinos. Pero en lugar de encabezar marchas de protesta e informar a la ciudadanía sobre las implicaciones del saqueo, Mancera se dedicó a reprimir a estudiantes, encarcelar a activistas y desalojar a maestros.
Durante su gestión, la Plaza de la Constitución ha dejado de ser un espacio para la defensa de la Carta Magna. Con Mancera, el Zócalo capitalino se ha convertido en un lugar para enaltecer a las fuerzas armadas, estacionar los autos de lujo de la clase política, instalar mega-pantallas y patinar sobre hielo...
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