"Ackerman es capaz de prender fuego al cerebro más apagado y su discurso capaz de levantar al más indiferente"
Elena Poniatowska
Por alguna razón, cuando pienso en Brad Will, el generoso chavo estadunidense que vino a tomar fotos y películas de la lucha de los maestros de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, se indignó con la desigualdad y murió de dos balazos en una calle de esa ciudad, el 23 de mayo de 2012, pienso también en John Ackerman.
John es ante todo académico, pero es también un extraordinario luchador social. Radical, no cambia de camiseta. Sus valores perduran, no surgen de una crisis, sino de su nacimiento, su buena factura de hombre y de intelectual. No se queja, ataca. Joven catedrático y gran colaborador de La Jornada y Proceso, autor de El mito de la transición democrática, consigna con rabia lo mal que está nuestro país y esa rabia nos sacude, pero no nos invita a levantarnos en armas, nos invita a levantarnos en ideas.
Ambos, Brad Will y John Ackerman pertenecen a esa raza de jóvenes apasionados y desprendidos que vienen de Estados Unidos a México durante sus vacaciones y se entregan con una falta de interés personal enorme a colaborar en el trabajo comunitario de las poblaciones más pobres (generalmente en Oaxaca) y, sin más, se ponen a construir casas, letrinas, patios, caminos de sol a sol, sin esperar nada a cambio. Así, en Michoacán, cerca de Pátzcuaro, en 1990, Ackerman levantó pico y pala con toda la fogosidad de su carácter generoso y rebelde, y se espantó con la absoluta pobreza de los más pequeños, los mexicanos más olvidados. Tres años más tarde hizo un proyecto similar en la Huasteca Potosina, en 1993, con estudiantes de la la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, finalmente, en el Encuentro Intergaláctico por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en La Realidad, Chiapas, en 1996, sacó a bailar "La del moño colorado" a Irma Eréndira Sandoval Ballesteros, en la lluvia, en plena selva Lacandona.
Si Brad Will encontró su muerte en una calle de Oaxaca, John Ackerman corrió con mejor suerte, porque encontró el amor en la politóloga Irma Eréndira Sandoval, hija de Pablo Sandoval Ramírez y nieta de Pablo Sandoval Cruz, dos de los luchadores sociales más emblemáticos de Guerrero. El encuentro con la mujer de su vida (quien además es doctora en ciencias políticas de la Universidad de Los Ángeles California, en Santa Cruz) resultó providencial, porque el médico Pablo Sandoval Cruz y su hijo Pablo Sandoval Ramírez fueron militantes excepcionales de la mejor izquierda mexicana, e Irma Eréndira se formó al lado de un abuelo médico dedicado a las causas de Guerrero, su tierra y un padre quien siempre levantó la voz contra el saqueo y la corrupción.
Hoy por hoy, John Ackerman, doctor en derecho constitucional, es investigador y catedrático del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Nunca he asistido a alguna de sus clases, pero estoy segura de que en su salón hierven los sesos y las mesas de trabajo huelen a azufre, porque Ackerman es capaz de prender fuego al cerebro más apagado y su discurso capaz de levantar al más indiferente. No me cabe la menor duda de que José Revueltas se habría fascinado con la oratoria y la escritura de John Ackerman. Sus artículos y conferencias están llenos de datos duros: consigna lo que está mal en nuestro país y nos sacude. Sobre todo enseña a no tener miedo de dar una opinión, porque callarse es también una forma del autodesprecio que muchos padecemos....
TEXTO COMPLETO DISPONIBLE EN LA JORNADA