De acuerdo con Felipe Calderón y su candidato “destapado”, México es ya un país de “clases medias” que avanza con paso firme hacia la modernidad y el progreso. Ni Calderón ni Ernesto Cordero se cansan de repetir este falso mantra, sobre todo cuando viajan al extranjero o se reúnen con empresarios. La semana pasada, el secretario de Hacienda declaró ante la Coparmex que nuestro país “viene a consolidar clases medias como hace tiempo no lo lograba”. Esta nueva ocurrencia no desentona con aquella otra torpe declaración de que las familias mexicanas con tan sólo 6 mil pesos pueden vivir cómodamente porque “tienen crédito para una vivienda, tienen crédito para un coche, se dan tiempo de mandar a sus hijos a una escuela privada y están pagando las colegiaturas”.
Pero ni Calderón ni Cordero han inventado el agua tibia, sino que no hacen más que repetir las teorías de escritores como Héctor Aguilar Camín, Jorge Castañeda, Luis Rubio y Luis de la Calle, quienes desde hace mucho tiempo se han dedicado a promover precisamente la idea de un México “clasemediero”. Los últimos dos incluso han publicado recientemente un libro que lleva esta expresión en su título.
El argumento principal de estos intelectuales es que la creciente urbanización y la mayor disponibilidad de bienes y servicios básicos como agua potable, drenaje, electrodomésticos, televisión, casa-habitación propia, escuelas privadas, celular e internet están construyendo una sociedad con valores “clasemedieros” más conservadores que aquellos ideales “revolucionarios” que predominaban en el pasado. Antes, los pobres y los excluidos luchaban para transformar la estructura social de raíz. Pero hoy, de acuerdo con estos discutibles postulados, los mexicanos solamente buscarían tener mayor “movilidad social” para poder acceder a los “placeres” de la clase media. El corolario es que una vez que los ciudadanos logran tener acceso a estos bienes y servicios, inmediatamente asumen una actitud profundamente conservadora y defienden su pequeña propiedad en contra de cualquier posibilidad de cambio político o económico.
Rubio y De la Calle celebran este supuesto cambio cultural: “No hay duda alguna de que una parte muy significativa de la población se siente de clase media y quiere proteger esa condición que tanto esfuerzo le costó alcanzar”. Estas personas tienen “un sentido de propiedad, pertenencia y derecho a preservarlo” y, por lo tanto, “su actitud política se inclina a ser conservadora y rechaza cualquier alternativa que pudiera alterar su seguridad”.
Los escritores señalan como una tendencia particularmente positiva el hecho de que cada vez más mexicanos ponen nombres extranjeros a sus hijos y los envían a escuelas particulares con nombres foráneos, ya que esto evidencia su “aspiración de movilidad social”. Los autores también celebran el “fenómeno Walmart” que supuestamente ha “reducido el precio de alimentos, ropa y calzado”, así como la tendencia para que “la sociedad mexicana se asemeje a las sociedades desarrolladas”.
En un evidente eco del proyecto totalitario de la Iniciativa México, dicen que necesitamos un radical cambio de actitud: “Los mexicanos con frecuencia ven el futuro con temor y se imaginan catástrofes y dificultades”. Sin embargo, según los autores, “la realidad objetiva contradice este conjunto de percepciones: hoy resulta innegable la posibilidad del progreso individual y familiar, sea a través de la acumulación de capital humano, la participación en actividades empresariales –incluidas las informales– y la emigración”.
Es aquí donde queda claro que lo que realmente importa a los autores no es la posibilidad de un verdadero desarrollo económico o acabar con la pobreza en la que subsisten por lo menos 50 millones de mexicanos, sino simplemente la multiplicación de válvulas de escape, como la emigración o el trabajo informal, que resuelven algunas necesidades básicas en el corto plazo y así pacifican a la población ante una situación de crisis generalizada.
El proyecto “clasemediero” que Calderón y Cordero asumen como propio no es una propuesta de desarrollo social, sino una iniciativa eminentemente política e ideológica. Su objetivo principal es moldear el país a imagen y semejanza de naciones supuestamente “desarrolladas”, como Estados Unidos, y rechazar el legado de importantes luchas sociales, iniciativas colectivas y pensamiento crítico que distingue a la historia mexicana.
La naturaleza ideológica de este planteamiento queda desnuda cuando Rubio y De la Calle aclaran que ser “clasemediero” de ninguna manera implica disponer de una cómoda situación económica: “Los integrantes de la clase media pueden tener ingresos desde unos cuantos salarios mínimos por hogar hasta varias decenas del mismo indicador”. Es decir, los pobres también pueden ser de la “clase media”, siempre y cuando “actúen” como integrantes de ésta y entren al juego del consumismo individualista y privatizador impuesto por el vecino del norte. Desde este punto de vista, lo que realmente importa para el futuro del país no sería atender los graves desequilibrios sociales y económicos, sino simplemente educar a los mexicanos para que tengan una “visión positiva del mundo” y una “disposición a disfrutar la vida más allá de lo cotidiano”, de modo que ya no se quejen tanto de la inefectividad gubernamental o los privilegios de los poderes fácticos.
Al final de su discurso ante la Coparmex, Cordero tuvo un momento de lucidez: “Si logramos hacer lo que tenemos que hacer en los próximos años, México, sin ninguna duda, va a ser muy diferente dentro de cinco años de lo que es ahora”. Lo que se le olvidó comentar al aspirante presidencial es que hoy mismo también estaríamos en una situación “muy diferente” si los gobiernos del PAN hubieran hecho “lo que tenían que haber hecho” durante los últimos 10 años de “transición” democrática.
Ya es hora de dejar de culpar al pueblo mexicano por la desgracia en que se encuentra el país. El desastre nacional en materia de seguridad, corrupción, impunidad, salud y educación no se debe a las actitudes supuestamente “atrasadas” de los ciudadanos, sino al elitismo, malinchismo y complicidad de nuestros gobernantes y sus intelectuales orgánicos*