Carlos Salinas/Foto: Proceso.com |
Pero el México de 2012 ya no es el mismo de 1988. Lo que hace 24 años generó cierta legitimidad y esperanza hoy es recibido con escepticismo y desánimo. Durante los últimos cinco lustros hemos visto cómo tanto partidos políticos como órganos autónomos rápidamente pierden la brújula y son cooptados por intereses oscuros.
El IFE y el PRD tuvieron sus épocas de oro en el auspicio de las causas sociales más nobles. Por ejemplo, entre 1996 y 2003 la valentía de los cinco consejeros electorales del pentágonodel IFE logró contrarrestar el inmovilismo burocrático promovido por los consejeros más cercanos al priísmo: José Woldenberg, Mauricio Merino y Jacqueline Peschard. Asimismo, todos recordamos la destacada participación de la fracción parlamentaria del PRD durante la histórica 57 Legislatura (1997-2000), la primera en la que el PRI no contaba con mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. En aquellos años, la izquierda encabezó una amplia alianza opositora al régimen del partido del Estado que transformó la negociación y aprobación del presupuesto federal, modernizó el Congreso de la Unión y mantuvo al Ejecutivo federal bajo estricta vigilancia externa.
Sin embargo, durante la última década la fe ciudadana en las instituciones se ha hecho añicos. La curva descendente de confianza en el IFE y en la limpieza de los procesos electorales ha venido acompañada de una espiral de desprestigio para los partidos políticos sin distingo. Hoy los ciudadanos estamos convencidos, y con razón, de que ambas instituciones sirven más a los intereses personales y políticos de sus líderes y funcionarios que al interés general de la sociedad...
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