El subdesarrollo político que aqueja al México actual no emerge de la permanencia de los “mitos” históricos de un pasado revolucionario, sino del malinchismo, elitismo y teleología que caracterizan a las visiones dominantes sobre nuestro futuro. En lugar de valorar los episodios determinantes de la historia política mexicana, los nuevos reformadores buscan emular ciegamente el sistema político de Estados Unidos. Esta perspectiva hace mofa de quienes reivindican las tradiciones populares de resistencia y crítica ciudadana, y busca remplazar estas “arcaicas” nostalgias por los nuevos modales de una “clase media” bien portada y obediente. Más que entender y sacar provecho del inédito dinamismo que vive hoy la democracia mexicana, este proyecto busca domesticarlo con el fin de seguir el rumbo marcado por las democracias del norte.
Samuel Huntington, finado profesor de la Universidad de Harvard, ideólogo de los lances imperialistas norteamericanos y crítico de la inmigración mexicana por sus efectos negativos sobre la “identidad nacional” de los “americanos”, paradójicamente sigue más vivo que nunca en el debate político contemporáneo de México. En su obra clásica de 1968, El orden político en las sociedades en cambio, Huntington argumentó que lo más importante para los países “en vías de desarrollo” no era el nivel de democracia de los sistemas políticos, sino hasta qué punto éstos contaban con “instituciones fuertes” capaces de imponer orden (o “gobernabilidad” en la terminología actual) sobre sus respectivas sociedades.
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