Mural de Arturo García Bustos en el Palacio de Gobierno de Oaxaca |
John M. Ackerman
La influencia de la atrasada cultura política de los Estados Unidos sobre México ha generado distorsiones muy problemáticas en la esfera política nacional. Al norte del Río Bravo los debates se mantienen estancados en el enfrentamiento histórico entre los “liberales” terratenientes y los “conservadores” monarquistas propio de la Inglaterra del siglo XVIII. En lugar de copiar o importar aquellas visiones, vale la pena inspirarnos en las tradiciones mexicanas y francesas que han sabido resignificar el concepto de “liberalismo” así como articular nuevas visiones para lograr la transformación social.
En Francia tienen perfectamente claro que el “liberalismo” es hoy una ideología de derecha. Si bien el ejemplo de la independencia de los Estados Unidos de 1776 fue una inspiración para la Revolución Francesa de 1789, los franceses siempre se han distanciado de las peligrosas implicaciones del liberalismo clásico de John Locke cuyo eje central es la defensa de los derechos de propiedad individual de los grandes propietarios. Primero Jean Jacques Rousseau, después Robespierre y más tarde Jean Jaurés articularon una poderosa línea de pensamiento que recupera la importancia de la lucha de los burgueses en contra de la monarquía pero simultáneamente la supera al articular una visión radical de soberanía popular y participación democrática.
En México hemos ido aún más allá que los franceses. La visión política y las acciones sociales de figuras como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez, Ricardo Flores Magón, Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas han dejado un legado de liberalismo revolucionario que sería una verdadera tragedia ignorar o menospreciar. Durante la independencia, el 12º artículo de los Sentimientos de la Nación llamó directamente a aprobar leyes que “moderen la opulencia y la indigencia”. Unos años antes de que estallara la Revolución, el Programa del Partido Liberal Mexicano enunciaría que “al triunfar el Partido Liberal, se confiscarán los bienes de los funcionarios enriquecidos bajo la Dictadura actual, y lo que se produzca se aplicará al cumplimiento del capítulo de Tierras -especialmente a restituir a los yaquis, mayas, y otras tribus, comunidades o individuos, los terrenos de que fueron despojados-y al servicio de la amortización de la Deuda Nacional.” Más tarde, la Ley de Expropiación impulsada por Cárdenas en 1936, y hoy todavía vigente, facultaría al Estado para lograr directamente la “equitativa distribución de la riqueza acaparada o monopolizada con ventaja exclusiva de una o varias personas y con perjuicio de la colectividad en general, o de una clase en particular”.
En México no se trata solamente de defender la soberanía popular sino de también desmantelar activamente los aparatos del poder despótico y de redistribuir las riquezas de los oligarcas y de la nación entera entre los ciudadanos más humildes. Este espíritu revolucionario se manifestó con particular fuerza durante la Revolución Mexicana de 1910-1917 y durante el constituyente de 1916-1917, ambos ejemplos al nivel mundial de exitosas conquistas políticas de las clases populares...
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