John M. Ackerman
Si en las elecciones del próximo primero de julio se repiten los escenarios de fraude electoral de 1988, 2006 y 2012, los siguientes seis años estarían marcados por una profunda inestabilidad institucional, económica, política y social. Una vez más, el pueblo mexicano se encontraría frente a un gobierno ilegítimo impuesto desde el poder, cuyas principales tareas serían saquear al erario, privatizar el patrimonio nacional y ejercer una brutal represión y censura en contra del pueblo.
Pero en esta ocasión ya no habría líder para encaminar y canalizar el descontento ciudadano hacia la esperanza de una futura victoria electoral. Con Andrés Manuel López Obrador gozando de un muy merecido descanso en su rancho de Palenque, Chiapas, se multiplicarían las voces de la resistencia en una enorme cacofonía desorganizada que generaría grandes estragos en todo el país durante un largo periodo de inestabilidad y caos.
Muchas élites y oligarcas culpan a López Obrador por la desconfianza ciudadana en las autoridades públicas. Suponen que si no fuera por los cuestionamientos del tabasqueño todos los mexicanos nos comportaríamos como siervos obedientes. Piensan que sin López Obrador "el tigre" de la resistencia popular se regresaría a su cueva para dormir una larga siesta.
Esta perspectiva parte de la poderosa influencia que todavía ejerce la escuela de Octavio Paz sobre los hombres y las mujeres del poder. Desde este punto de vista, el pueblo mexicano sería por naturaleza "agachado", "dejado" y pasivo. Imaginan que somos capaces de tolerar cualquier desgracia sin levantar siquiera el dedo en protesta. Postulan que la herencia colonial y nuestra supuesta baja autoestima no nos permitirían nunca levantarnos en una masiva movilización social capaz de derrocar al régimen despótico...
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